sábado, 3 de abril de 2010

Confesiones de un poeta irascible.-


De pocas palabras, Néstor Mux no se queda callado; está a la vista. La muestra la dan los nueve libros editados en su vida como escritor, que ya lleva 48 años, y su vasta trayectoria como poeta reconocido en la ciudad de las diagonales. Ahí donde los militares se llevaron a muchos amigos y conocidos, donde él pudo zafar. En ese lugar, tomando un café durante una charla con Agencia NAN, habla de la escritura como resistencia y presenta su último trabajo, Disculpas del irascible, un granito de arena más en la construcción constante de su identidad, según dice.

Por Guillermina Watkins
Fotografía gentileza de Germán Krüger

La Plata, marzo 19 (Agencia NAN-2010).- De pocas palabras y mirada profunda, Néstor Mux camina por las calles céntricas de La Plata con aires de poeta tanguero. Se sienta en un bar, solo, pide un café y lee el diario. Con total parsimonia se contonea por una ciudad que le dio tantas tristezas como alegrías. Ahí, donde empezó a escribir, a los tempranos 17 años, y en la que jura que seguirá haciéndolo “mientras tenga algo que decir”. Ahí, donde las fuerzas militares se llevaron a un montón de conocidos y amigos y donde a él no le tocó de pura suerte. “Por eso estoy acá, en este lugar del mundo”. Ahí, donde a pesar de nunca haberse sumado orgánicamente a la lucha armada, como tantos otros escritores desarrolló una fuerte pelea a través de las palabras y algunas veces desde su puesto de trabajo.

Mux, apellido corto para una persona que a los 65 años ya cuenta con más de nueve libros editados y con el reconocimiento de toda una ciudad a un juglar que nunca temió a decir lo que pensaba. “Sólo una vez me quedé callado; y fue un silencio bastante largo: durante los diez años del menemismo, no pude escribir. Tenía asco y desdicha. Siempre escribo cuando tengo algo para decir, y durante ese tiempo sentí que no podía, que ‘ellos’ decían todo. Lamentablemente, veo que algunas cosas de aquella época persisten, sobre todo se sienten a flor de piel cuando hablamos. Hay como un rebrote gorila. Por eso escribí 'Nadie le pide que escriba', un poema que remarca muy clara esta cuestión: a mí nadie me dice que escriba o que me calle. Cuando tengo algo que decir lo hago, sino no. Porque el silencio, como en la música, tiene su valor. Sin escribir pierdo la identidad”, grafica el poeta en una charla con Agencia NAN.

La identidad del escritor se fue gestando desde la cuna. De familia “gorila”, Mux nació en octubre del ‘45 para enojo de sus padres. No por su nacimiento, claro, sino porque en ese entonces se trazaría una nueva etapa en la historia argentina. Durante varios años, hasta 1955, debió esconder la política familiar. En los 60s, su tendencia ideológica se diferenció de la de sus padres y se convirtió en la típica oveja negra: publicó su primer libro La Patria y el invierno en La Rosa Blindada, mítica revista poética de la época, dirigida por Luis Manggieri. “Ahí, conocí a los hermanos Cedrón, a Andrés Rivera, a Manggieri, a Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde”, describe minuciosamente Mux.

Después, el dolor y el silencio. La muerte de varios conocidos y colegas, como Jorge Money y Paco Urondo, y la humillación. “Gente que me había elogiado los versos unos años antes, se escondía entre las filas de los autos por miedo a que los detuvieran. Hoy me los cruzo y me saludan, pero para mí el lazo se rompió”, sentencia el artista.

Disculpas del irascible

Así se llama la última publicación de Mux, donde la voz poética denuncia, señala, convida, invita y resiste. El libro, impreso por Ediciones de La Talita Dorada, es una antología dónde José María Pallaoro reunió los poemas del escritor que recorren la totalidad de sus obras. Un eco del grito desgarrado de pasado y presente, que aún conviven. Mux, sin embargo, no pide disculpas; todo lo contrario, no se calla nada. Y a pesar de su temperamento tranquilo, en sus líneas se ve la cólera de quien desde las palabras construye el universo perfecto, en contraste total con un afuera amenazante. A tal punto que el poeta pinta con amplios colores ese mundo, esa vida a la que define como “el duro oficio de estar erguido y caminando por la tierra”, al esfuerzo que hay que hacer como resistencia a la crueldad y la estupidez del mundo. Y por eso la poesía, “porque su belleza nos hace resistir a esas dos naturalezas básicas”.

Sus poemas son relatos, historias. Mux supo generar su propio lenguaje a partir de un “nosotros”. Crea, en su acto poético individual, una atmósfera colectiva. No debe ser casual el título de su primer libro: Nosotros en la tierra, dónde narra “la lucha cotidiana y sencilla, sin pretensiones, de toda una generación”. No ya la de los 60s que puso el cuerpo en la calle, pero sí la de una que tuvo una dimensión trágica de la existencia humana, concebida como lucha permanente. Por eso, no es casual que en Disculpas del irascible se termine con el agobio del esfuerzo de quien batalla por la vida diaria, “con furia hermosamente inútil”.

Así, Mux se desnuda durante los 68 poemas que componen su antología. Habla del acto poético, se arranca de sí mismo “llevado por un fuego interior que lo precipita” y lo hace volar “sobre la infinita sordera de la tierra”. Habla de la escritura como resistencia cuando, enojado, convoca a sus fantasmas y agrega: “Cuando nadie lo ve, cuando todos están lejos con su confusión y sus convicciones, con su sombra y sus jardines, él coloca en la máquina el papel en blanco, como una forma de desobediencia, de alivio o revancha”. La memoria, la lucha y la resistencia como la que establecen los “perros atados” que imponen sus “ladridos por sobre las voces desafinadas y rancias de la gente mezcladas como al fondo de una olla”. Por último, un irascible que sólo sabe que en el amor encontrará su salvación.

Como poeta, como Mux, que en su familia y después de varios años, “encontró la paz”, que ya no le teme a esas miradas que lo negaron durante los años más terribles de la historia reciente. No le teme a nadie, su cólera es interior y la sencillez va por fuera. Por eso resume su existencia agregando: “Yo viví para escribir, nada más. Todo el resto vino de arriba”. Y se sienta a tomar un café, solo, con toda la tranquilidad del mundo.

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