jueves, 24 de septiembre de 2009

(A 37 años de su muerte) Alejandra Pizarnik, la remendadora de palabras



Moderna y conservadora, androide y femme fatal, tan porteña como universal, Alejandra Pizarnik se suicidaba un 25 de septiembre con 32 pastillas de Seconal. Víctima de una depresión que arrastró durante casi toda su vida, Alejandra elegía morir. Con su cuerpo casi adolescente se iba no sólo una de las referentes de la poesía de los sesenta, sino una tradición poética que encontraría cuerpo en su escritura: la de los malditos.
“Hacer el cuerpo del poema con mi cuerpo” fue la consigna que persiguió Alejandra en sus textos lúgubres, oscuros, intimistas y profundos. Poeta “maldita”, “condesa sangrienta”, “poseída entre lilas”, vivió sólo y exclusivamente para la poesía. Tanto es así que sus amigos más íntimos –todos poetas reconocidos y gente del mundos de las artes -, recuerdan que no sabía hacer otra cosa más que escribir. “Su pasión por el arte era tal que Alejandra descuidaba los demás aspectos de la vida cotidiana- cuenta Cristina Piña, autora de “Alejandra Pizarnik. Una Biografía”-Una vez tenía que cocinar unos ravioles y no pudo hacerlo porque pensó que eran pancitas de bebé”.
Siempre rodeada por los grupos de artistas más prestigiosos del país, la niña de “feo aspecto” fue logrando el encanto de todos y nunca nadie dejó de prestarle atención. Se fue gestando una poética pizarnikeana que marcó a las poetas de aquellos años y los siguientes. Nadie puede dejar de reconocer hoy que su escritura está marcada por los efectos de Alejandra. Y menos las mujeres. Su fantasma recorre la poética femenina y joven por una premisa básica: toca todos los paradigmas de la joven femeneidad.
A pesar de no involucrarse con las corrientes más radicalizadas de la época, Alejandra fue –sin pensarlo, sin ser consciente de ello- parte de una época en la que todo estaba en ebullición. Ella fue su eje de cuestionamiento y su materia a transformar desde la palabray con la palabra. “Es necesario incluirla como parte de la época. –Agrega Piña- Alejandra fue parte de un movimiento mucho más grande a nivel mundial que tuvo a los surrealistas, a los malditos, a Cortázar, a los poetas políticos, al existencialismo en el mismo camino”.
¿Cuál fue el encanto de esta muchacha de 36 años que tuvo más nombres que certezas? Las palabras rodearon su mundo y en el afán de ponerse un nombre, nunca encontró su verdadera identidad más allá del papel: Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sasha, sus primeras denominaciones de las cuales renegó. Después fue la mujer de la existencia por venir, la llamadora de ausencias, la que desespera del lenguaje, la que arremete viajera, la que quiso hacer el mundo palabra por palabra, la que amó las sombras, la que preguntó cómo era posible no saber tanto, la que pidió ser curada de algo que no se podía curar (como la vida), la que advirtió que hablaba para amueblar el escenario vacío del silencio, la reina en el exilio, la que simpatizó con todos los sufrimientos, la que pensó que la felicidad consistía en estar a salvo del pronombre yo, la que fue demasiado lejos en su soledad y la esperadora infatigable.
Más nombres podrían denominarla a Alejandra. Pero sobre todo la que supo esperar el momento justo de todo. Nunca quiso publicar por publicar. Sus libros fueron un verdadero manual de cómo escribir la poesía más intimista sin dejar de ser, por cierto, social. Su suicidio también fue una ceremonia de su vida, un arte. Alejandra se tomaba, un día como hoy, 32 pastillas de Seconal mientras escribía en su pizarrón la única explicación artística de tremendo acto individual: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”. Nada en este mundo le fue suficiente. En algún otro lado había una respuesta a los males de su mundo.

2 comentarios:

Germán Krüger dijo...

Me encantó la nota! Pizarnik en nuestros corazones.
Quierote!

Paz Tyche dijo...

oh, qué triste.