viernes, 27 de mayo de 2011

"Los políticos son reformistas, pero en el fondo se adaptan al capitalismo"


Poeta, narrador y editor de una cooperativa de libros conformada por cartoneros, Santiago Vega, más conocido como Washington Cucurto, se refirió a los múltiples personajes que hablan en sus obras.
Por GUILLERMINA WATKINS

Neuquén, Mayo 26 de 2011. (La Mañana de Neuquén) Santiago Vega y Washigton Cucurto son las dos caras de un mismo personaje. Autor y personaje de sus obras, uno se muestra reacio, serio y tranquilo en el marco del Segundo Encuentro "Literatura y Escuela" que se desarrolló días atrás en la biblioteca central de la Universidad Nacional del Comahue, mientras que el otro intenta eludir las preguntas más serias. 

Cucurto es poeta, narrador, a veces periodista, y sobre todas las cosas, editor de Eloisa Cartonera, una cooperativa conformada por diez personas en la que trabajan cartoneros que le dan vida al packaging de los libros. Así, no sólo se socializa la cultura a precios populares, sino que también se genera trabajo para aquellos que viven del reciclaje del cartón. 

También es el creador del denominado “realismo atolondrado”, una etiqueta que él mismo inventó, para hablar de una realidad de la que la literatura de los últimos veinte años no lo había hecho. Lo que nadie creía poético, él lo hace poético; lo que nadie creía narrable, él lo convierte en narrable y por eso ha sido blanco de varios escritores y académicos. Cucurto, un poco como Roberto Fontanarrosa, Fogwill y Roberto Arlt –de los que declara ser un gran lector- viene a mostrar la hilacha de una sociedad que quedó fuertemente dividida hacia finales de los años 90, donde el suburbio ya no estaba alejado de las narices del centro, sino que también debían convivir en el mismo radio.

En diálogo con La Mañana de Neuquén, Cucurto reflexionó sobre la academia, el lenguaje, la política y hasta dio consejos a los jóvenes estudiantes de Letras.

Resulta llamativa su participación en un encuentro de literatura organizado por la carrera de Letras de la Universidad Nacional del Comahue, teniendo en cuenta que generalmente las críticas hacia su literatura provienen de escritores de corte “academicista”.
No sólo me critican los de la academia sino también me difunden como en el caso de la Facultad de Humanidades, acá en Neuquén. Por más que mi escuela estuvo en la calle y no en las grandes aulas, me gusta que me inviten a todos lados. Últimamente me elogian más desde los ámbitos académicos que en otros lados. Tampoco puedo pretender que todos me quieran.
 
¿Qué recuerdos tiene de aquella primera escuela o de las instituciones académicas?
En realidad no tengo grandes recuerdos, más allá de anécdotas con compañeros y docentes porque si bien nunca tuvo una importancia en mi formación total,  tampoco puedo negarla  porque sino yo no hubiese aprendido a escribir, a leer y a sumar, por ejemplo. Pero los lugares de formación más importantes fueron la calle, mi papá, mi primer trabajo en Carrefour, los amigos con los que me juntaba a tomar cerveza en la esquina del barrio, entre otras cosas.
 
¿Qué es el Realismo Atolondrado y a quién incorporarías dentro de ese “movimiento”?
Es una forma de escribir. Yo me autoetiqueté para mostrar lo que hacía y jugar un poco con las caracterizaciones, con las etiquetas. Tiene que ver con el ritmo con el que escribo, esto de ir de manera atolondrada. Pero también porque invento los lugares, los paisajes, los personajes, exalto las características de personajes que ya existen como los inmigrantes latinoamericanos, la gente que se sube al tren, los que viven en Constitución. Así también inventé mi estilo de escritura y escribiendo voy creando un mundo cucurtiano. Dentro del Realismo Atolondrado incorporaría a Dalia Rosetti, aunque ella es más aventurera pero por suerte es rocambolesca como yo.

Muchas veces suelen compararte con Roberto Arlt, que no fue reconocido al principio y que tenía una impecable devoción por relatar las historias de los suburbios. ¿Qué cambió a nivel político que hoy esos lugares alejados son parte del paisaje céntrico?
Sí, ahora los suburbios también son barrios de la Capital que tuvieron muchos cambios a partir de los años 90. Después de Menem todo se mezcló porque la clase media se achicó y mucha gente tuvo que cerrar sus negocios, vender sus casas, todo se precarizó. Pero a la vez, desde los ojos de otros pueblos latinoamericanos, estabamos mejor, entonces todo se modificó con la inmigración de países limítrofes en su mayoría dominicanos, bolivianos, peruanos, paraguayos y que acentuaron en esos barrios las diferencias sociales. Mis libros hablan del espíritu actual de esos lugares ya que tuve contacto con ellos. Porque además, al ser de Quilmes, siempre tomé el tren Roca, y trato de hacer grotescos a esos personajes que ya son grotescos.

Pero también describís la universidad, cuando hablas de un personaje de “El Curandero del amor” a la que llamas “La ticky mega trola ultracumbiera” que va a la Facultad de Filosofía y Letras. 
Es un personaje que no vive en el centro pero que va a la “ciudad” y  pertenece al ámbito de la universidad, de los estudios, de la militancia estudiantil. Pero a la vez ella va a las bailantas, es una mezcla entre lo popular y lo académico. Es todo un mundo que se desata postnoventa y sigue creciendo con el kirchnerismo.
 
Hablando del kirchnerismo, te declarás “peronista de raza” pero a la vez dijiste en una novela que Néstor Kirchner era “pseudo-peronista”. Hoy, muerto Néstor y con una fuerte presencia política de Cristina, ¿seguís sosteniendo lo mismo?
Es mi personaje el que habla, que es un personaje bastante exagerado y gritón, muy exclamativo, y creo que dentro de su voz él piensa eso. Pero yo pienso casi lo mismo que mi personaje porque creo que todos los políticos son más o menos lo mismo, que ninguno propone ninguna novedad y que todos son responsables de este sistema en el que vivimos. Son todos reformistas en el fondo y se adaptan a los sistemas capitalistas. De todos modos, antes yo no quería a Néstor Kirchner pero cuando las cosas se están haciendo bien, uno tiene la obligación de apoyar. A Cristina la voto seguro.
 
¿Cuál es el sistema ideal para Cucurto, el reformismo o la revolución?
No sé si hay un sistema ideal, pero las cosas tienen que hacerse con amor, sin interés, sin alianzas económicas.
 
Volviendo al tema de la literatura, ¿existen palabras poéticas en sí mismas?
Para mi no hay palabras poéticas y palabras que no. Las palabras son palabras y hay que darle el valor que tienen, no asustarse o creer que son inocentes o culpables, algo que es tradicionalmente romántico puede usarse como los insultos; a mí me gusta usarlas a todas. El lenguaje es prácticamente eso: una representación y hay que darles ese uso.
 
¿Cómo surgió la idea de combinar arte con literatura y trabajo para cartoneros?
Fueron los años en que empezaron a aflorar los cartoneros y bueno, nos reunimos con artistas plásticos y así encontramos la forma de publicar literatura nuestra y de escritores conocidos de una manera económica y que llegará a todos. Después armamos la cooperativa. Hoy somos diez y todos cortamos cartones y hacemos lo que hacen todos. Es un microemprendimiento importante pero vive en una economía frágil y hay que pensarse en sostener el tiempo, en sobrevivir.
 
¿Qué les dirías a los estudiantes de Letras que quieren escribir pero no se animan ya sea por su formación crítica o por miedo?
Que está bien ser crítico pero también se puede leer un texto por placer. A veces, más que la belleza de las palabras lo que está bueno es lo que se comunica. Yo creo que la comunicación es lo más lindo porque te acerca a los demás, y a veces los escritores se olvidan un poco de eso porque quieren escribir la gran obra o pulir demasiado su lenguaje y pierden la capacidad de comunicarse, la improvisación. Fontanarrosa es un ejemplo de cómo un escritor puede comunicarse con humor, con parodia, con malas palabras y tenía todos los condimentos de un literato. Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Enrique Fogwill, también. Aunque Fontanarrosa es el que más me gusta. Y el que menos me gusta es Jorge Luis Borges, claro.
 

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