domingo, 14 de agosto de 2011

La Fura: el sabor de la tragedia

 
La compañía catalana realizó dos funciones de "Degustación de Titus Andrónicus", una multidisciplinaria adaptación de la obra de Shakespeare.
 
 Neuquén > En los primeros minutos de “Degustación de Titus Andrónicus”, el mensaje que queda claro y que persistirá hasta el final es que la suerte ya ha sido echada. Por eso, cuando Tito Andrónico regresa victorioso a Roma tras una larga guerra con los godos y sacrifica al hijo mayor de Tamora -reina vencida pero designada para ser la nueva emperatriz romana-, se desata una nueva batalla entre esas dos fuerzas opuestas.
Con un Gimnasio Parque Central totalmente preparado para albergar tamaña tragedia, la adaptación de la obra de Shakespeare que acercó La Fura dels Baus se opone a tomar una escueta radiografía de la época y traducirla a escenas. Pep Gatell (que durante todo el show formó parte del público) agregó un escalón más entre aquella historia y su representación mental.
Un nuevo espacio multidisciplinario se crea cuando los actores comienzan a moverse entre el público por escenarios móviles y cuando en cuatro pantallas gigantes se disparan imágenes que acompañan la historia.
Por último, y colocado sobre un costado, el cocinero Joan Serra Ross prepara platos que los soldados romanos irán repartiendo entre el público. Es esta nueva apuesta del director de incorporar en escena una sensación que ni los mejores literatos habían podido lograr en sus obras: generar una sensación olfativa que atraviese el relato.
Es que ¿quién podría comer mientras ve una masacre frente a sus ojos? El público se debate en contradicciones mientras los croissants van siendo entregados.
Así, los movimientos constantes, la música industrial que va creando un clima de grises muy nítidos y los olores logrados por un cocinero que ya empieza a participar de las escenas de tortura en su cocina son la antesala del momento en que Saturnino (emperador de Roma) comineza a atormentar a Tito: primero le arrebatan los dos hijos, luego mutilan a su hija cortándole la lengua y violándola, y a él lo fuerzan a cortarse una mano. Esta serie de vejámenes es impulsada por Tamora y su amante, el esclavo godo.
Pero Tito, que es fuerte y está compañado de su hermano Marco, emprende un designio oscuro: secuestra a los dos hijos de Tamora, los mata y los cocineros preparan un banquete al que invitan a la emperatriz. Este es el momento clave de la noche en el que el escenario se coloca a lo largo del gimnasio y los que habían sido invitados a la cena comienzan a subir. Catorce personas son invitadas por los romanos y otras catorce con los que conduce Andrónico.
El final, y como un gran gesto de La Fura, es una deliciosa cebada perlada con hierbas y jugos de animales, una porción de cerdo confitado y vino del valle. Y, mientras la gente come, esa crónica anunciada se desata: Tito asesina a Lavinia, su hija, para que no sufra el deshonor de haber sido mutilada y luego a Tamora, a quien no puede ver disfrutar la comida. Luego asesinan a Tito y al emperador. Y lo que queda, al fin, ya no le importa a nadie, cuando el teatro cae en penumbras y la sensación de un vacío tan grande se hace notar.

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