viernes, 12 de agosto de 2011

La Moto, una gran familia unida por lazos de rock.-


La banda neuquina que cumple veinte años quintuplica su apuesta: a 4 años de la muerte del alma mater del proyecto, la formación se prepara para lanzar su quinto disco y atesora canciones de sobra “para sacar dos más”. Algunos de sus integrantes repasaron junto a Agencia NAN el camino recorrido.

Por Guillermina Watkins
Fotografía gentileza de Omar Novoa

Neuquén, agosto 12 (Agencia NAN - 2011).- Son varias las historias que se esconden dentro de la de La Moto. Por un lado, el sueño de un porteño “vagamundos” que llegó al sur con su guitarra al hombro y se instaló en Neuquén, enamorado de las bellezas naturales y la tranquilidad que esas tierras representaban veinte años atrás; también la historia de muchos rockeros de la vieja escuela, ligados al sonido de los años 70 y que soñaron con vivir del rock. Podría ser también la historia de una familia que encontró en la música su razón de ser y que, despojada de cualquier vicio material, vivió de lo que más les gustaba. Por eso, el cuento de La Moto, sus cinco discos (uno a punto de salir), sus giras, la relación con amigos “famosos” como Iorio, Walter Meza de Horcas y Pappo Napolitano, los reencuentros y las despedidas, es el de la banda más importante del rock regional, leyenda under en los circuitos del rock “a secas” de la Argentina.

Eso quedó demostrado el fin de semana pasado cuando, a días de conmemorarse su vigésimo aniversario, la banda hoy encabezada por el “Mono”, Jonas y “Fito” Salvi, Gabi Quiroz, Willi Mariani y Adrián “El Perrito Blues” Pérez, armó una movida de cuatro días durante los que relataron su propia historia con fotos y recortes de diario, organizaron una colecta de juguetes para los chicos internados en los hospitales de la ciudad y se dieron el gusto de hacer dos shows, uno eléctrico y otro acústico, que convocó a centenares de personas a pesar del frío de agosto.

La historia que hoy cuenta La Moto ya no tiene a Esteban “Rulo” Salvi como líder y voz, ya que su existencia física terminó el 7 de diciembre de 2007, pero sus restos descansan en el eco de un río Limay que lo vio crecer espiritualmente.

Una radiografía por el rock callejero de La Moto
Un buen día y ya con muchos kilómetros recorridos desde la provincia de Buenos Aires, los Salvi pisaron Neuquén. Habían sido canillitas en el tren que conecta Ezeiza con Temperley, lustra zapatos en Constitución, vendedores ambulantes en la línea Roca, entre otros varios oficios. “Nosotros somos hijos de entrerrianos que se instalaron en Buenos Aires, en un conventillo cerca del Obelisco y después nos fuimos a Glew. Mamamos la calle desde muy chicos, siempre fuimos vagamundos, hicimos de todo para sobrevivir. Hoy, es un logro ver que nuestra familia sigue haciendo lo mismo y saber que, a pesar de haber vivido siempre en la calle y no haber tenido ninguna propiedad, pudimos criar a los pibes con la rebeldía, con la locura y la poesía del rock sin que nunca hayan empuñado un arma y sí una guitarra”, comenta el Mono, portavoz de la bohemia rockera de la familia.

El “Rulo”, su hermano mayor, fue el alma Mater de La Moto y el “Mono”, el manager. Dicen que éste se subía a una motito cuando salían de gira en “la camioneta” y, con su voz grave, producto del cigarrillo que “por suerte dejó hace un año”, conseguía las fechas. De aquellos años, todavía forman parte Willi Mariani, en segunda viola, que llegó de Punta Alta a principios de los noventa, convocado por el rumor que se estaba armando una banda de rock. “Me había armado un estudio allá, pero me cautivó la poesía, las letras, el estilo del “Rulo”. Vine a comer un asado, a tomar unos vinos y cantar unas canciones y me quedé”, comenta Mariani. También sigue en la gira permanente Gabi Quiroz, baterista entrerriano al que conocieron en un viaje y, convocado poco tiempo después por el “Rulo”, que llegó para quedarse.

Les costó –y aún les cuesta- solventar los gastos que demanda el mercado discográfico de la región, pero los Salvi y cia. siempre buscaron la forma alternativa para poder hacer música y vivir: la venta ambulante, sin horarios ni jefes, y las horas destinadas a componer, ensayar, grabar y pasar momentos en familia.

“Desde chico mi viejo tenía un destino para mí. Yo era arquero, pero como se le iban los violeros un día me dijo ´Loco, preparate´ y bueno, acá estoy. Desde los 16 años que toco la viola en La Moto. Pasé por muchas giras, por nueve colegios (risas). El rock es un sacrificio, en los días de grabación dejás el laburo, la familia. Una banda de rock se tiene que dedicar a ser una banda de rock”, relata Jonás, que con 27años ya tiene tres hijos con la hija de Willi Mariani y uno de ellos ya se cuelga la guitarra.

Jonás y Fito se criaron en esas sesiones musicales que podían ser en una chacra de Plottier, ciudad pegada a la capital neuquina, o en una casona, entre el “Rulo”, el “Mono”, Horacio Durán y Ariel Velázquez, Gabriel Quiroz y el Willi Mariani, quienes fueron los primeros en rondar por el proyecto. ¿Por qué La Moto? “El Rulo venía de una época medio motoquera y Velázquez hacía un efecto con la guitarra que parecía una moto, entonces bueno, quedó ese nombre”, agrega Mariani.

En septiembre de 1990 debutaron en Punta Alta, y después regresaron a Neuquén donde hicieron dos shows. A los meses armaron Sobreviviente con el que salieron de gira por de Buenos Aires a principios de 1991. Ese año debutaron en Capital Federal en New Order, con Los Piojos. La Moto presentaba su primer disco y la banda que lideraba Ciro Martínez Chac Tu Chac. Después tocaron con Pappo, Almafuerte, Vox Di, Rubén Patagonia, Horcas y fueron soporte de B B King en el gimnasio Ruca Che. El año pasado, Iorio grabó “Imágenes Fugaces”, un tema de Astral, segundo disco de la banda. “Nos llenó de orgullo compartir el disco con versiones del Flaco, de Vox Dei, Manal y Pappo”, comentaron.

La historia no terminó todavía
A meses de sacar la quinta placa de la banda –primera con esta formación- La Moto le contó a Agencia NAN qué significa ser la banda más longeva de la ciudad, el haber decidido vivir para el rock y cuáles son los pasos a seguir.

--¿Qué es La Moto?
Jonás Salvi:-- La moto es la familia.
Mono:-- es la columna vertebral de una familia de músicos, con amigos. La amistad como hermandad. Somos una piedra en bruto a la que estamos intentando sacarle brillo. Yo no cantaba y me entusiasmó hacerlo así que parece que seguiré. Estamos más que contentos con esto la grabación de No terminé todavía, letra y música que dejó el “Rulo” antes de morir.
Willi:-- Nosotros pensábamos que El Tío no iba a poder cantar y al final se puso las pilas y le salió. Es difícil “reemplazar” al vocalista de una banda de rock and roll con 4 discos atrás, con toda una obra y una historia. Pero el público ya lo conocía y entendió que no se trata de reemplazar, sino de continuar. Además canta el Mono pero en otros temas está Adrián (por Pérez), que fue buscado por Rulo para cantar y tocar la armónica.

--¿No terminé todavía, tiene que ver con el legado vivo que dejó el “Rulo”?
Mono:-- Nosotros no hacemos más que continuar el legado tan rico que nos dejó con Sobreviviente (1991), Astral (96), Te regalo una estrella acústico en vivo (2001) y Aguante Corazón(2006). Todavía quedaron temas afuera de No terminé todavía (2011) con los que podríamos grabar dos o tres discos más.
Jonas:-- El disco íbamos a comenzar a grabarlo con él. Habíamos reservado sala para el 8 de diciembre de 2007 pero mi viejo ya andaba mal. De hecho se murió un día antes del que habíamos pautado para grabar, aunque ya habíamos desistido, claro está. Sus letras nos hacen pensar que vive, tocando sus canciones lo tenemos cerca.
Mono:-- Igual nos costó mucho sacarnos la pena, pero hoy ya podemos subirnos y tocar con la alegría que tocábamos cuando estaba él. Hoy por hoy se nota que la banda sube contenta y alegre al escenario.
Willi:-- Creo que el rock and roll se lleva en la sangre. El año de su muerte estuvo internado más de 15 veces por su cirrosis, y él no quería que bajásemos los brazos. Después nos pidió ser cremado y lanzado al río. Por eso hicimos el ritual. Después de su muerte, nos aferramos todos a la Moto, a la música. Fue una forma de no morirnos con él. Hicimos el recital tributo homenaje, el 30 de diciembre del 2007, 23 días después, porque él siempre quería tocar gratis en el centro para los pibitos de la calle y fue tanta gente que nos sorprendió. La gente aplaudía igual, como un reconocimiento y un apoyo espiritual por la muerte del Rulo, mucha gente llorando. Fue algo muy emotivo.

--¿Cómo será el disco y cuándo la presentación?
Gabi Quiroz:-- A comparación de los otros discos de La Moto, en éste nos permitimos hacer variación de estilos, mezclando las generaciones que forman parte de la banda y sus diferentes conocimientos musicales. Vamos del rock and roll, al blues, al reggae, algo ska, rythm and blues, guajiras, bosanova. Todo pero siempre con la misma esencia del rock. Y en esa mezcla de estilos nosotros nos definimos como rock callejero, porque las letras se vuelcan a la vida cotidiana y a las vivencias con la gente.
Mono:-- Además del rock está la jerga que usa mi hermano en la composición. No es lo mismo decir “me voy” que “me tomo el palo”. Eso tiene que ver con expresiones callejeras. “No terminé todavía, sobrevivo porque soy parte de esta jungla que es la vida, parte de este mundo donde estoy, transformando en arena las piedras que son pruebas que pone el destino. Voy tirando zapatillas viejas que gastó el camino, ¡ey!, soy feliz, de posta que lo soy. Y ¿cuántas carcajadas aún me quedan? Sospechá”, dice la letra que le da nombre al disco.
Mono:-- La idea sería presentarlo en noviembre en el Club Pacífico, con un show de más de dos horas, que recorra también los temas viejos. Y, como somos “viejos” queremos que salga el disco con la entrada, así, fetichistas, nada de internet. Aunque sabemos que en México, Perú y Ecuador se venden discos pirateados y nos encanta que lo hagan para escucharnos.

No alcanza el espacio físico para describir una historia que le da larga vida al rock. Una banda mensajera, aplanadora, familiera y, sobre todo testimonial, cuyas letras no dicen lo que hay que hacer, sino que dan un punto de vista. No es “ahí, en la villa”, sino “descalzo y con poca ropa el pibe de la villa va, pidiendo en las estaciones diez mangos para morfar, y le cortan el rostro y lo mandan a laburar. Tiene hambre y siente frío y sigue caminando igual”. Resuena a lo lejos la voz de un hijo de la vida que no terminó todavía de escribir su propia historia.

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